Hay días en los que mi casa me agota. Es imposible siquiera pensar sin que te interrumpan. Ya de por si, la distribución no colabora: mi lugar feliz, que es mi habitación, está al lado del living/comedor/centro de la casa y al lado de la cocina. Es inevitable que desde adentro de escuche todo, y lo peor: viceversa. Intimidad, en el sentido más amplio y abarcativo de la palabra, no es algo que uno puedo encontrar en esta porción de Villa Luzuriaga que llamo "casa"; se escucha todo, hay interrupciones constantes, se abren las puertas sin permiso, no hay chance de que, por ejemplo, yo me enoje y pueda aislarme un rato. No, no, ni de casualidad. Obviamente esto no es culpa de este pobre rejunte de ladrillos viejos, cemento y pintura, más bien que no; hasta la última vez que me fijé seguía siendo un objeto inanimado (?). La casa es molesta por como está hecha la distribución, pero lo que hace molesta la distribución es el contenido vivo del hogar. En momentos como estos, hasta el más mínimo gesto medio jodido me perturba. Por ejemplo, ¿es absolutamente necesario escuchar la tele TAN fuerte?¿Es estrictamente necesario exigirle a todos que hagan lo que nunca hace, y con tanta tranquilidad? ¿Es necesario que hagas ese ruido cuando tomás o masticás? ¿Es necesario, tan necesario, que me invadan la pc cuando ven que estoy escribiendo? La lista de "esnecesarios" que puedo hacer es infinita, pero mejor no me pongo a escribir todo, puede ser largo.
Ahi está, alguien pidió que se baje el volumen de la tele, genial.
La cuestión es que quisiera meterme en una caparazón ahora mismo. Pero de esas no venden en los chinos, asi que me tengo que bancar el documental sobre la minería a cielo abierto a un volumen estrepitoso un rato más.
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