viernes, 5 de noviembre de 2010

Juntos

“Gracias Néstor” reza un cartel improvisado, hecho a las apuradas pero con el corazón. Lo sostiene y lo muestra con orgullo una nena, de no más de 8 años, que disfruta del paisaje de una plaza de Mayo repleta, desde las alturas que le regalan los hombros de su papá. En la otra mano lleva un clavel rojo, que está destinado a llegar a la Casa Rosada. Esta escena se ve en la fila que miles de personas están haciendo desde la noche anterior para poder darle el último adiós al hombre que en 2004 descolgó los cuadros de los dictadores de la Escuela Militar, el hombre que abrió una nueva etapa en Argentina. Una etapa marcada por la vuelta de la política y la militancia, que volvió a ser patrimonio de los más jóvenes, esos que tantos supuestos gurúes del Apocalipsis creyeron, esperanzados, que estaban perdidos.
     La fila para despedirse, para agradecer, y para llegar a decirle “Fuerza Cristina” a la mujer que se para estoica al lado del ataúd, empieza en la misma Plaza, pero no es que se trate de solo un puñado de gente, sino que comienza ahí para ir bajando derecho por la calle Rivadavia y dar la vuelta en la Avenida 9 de Julio para ahí avanzar por Avenida de Mayo hasta llegar a la puerta de la Casa de Gobierno. Son horas de espera, pero nadie se queja. Se ven lágrimas, repetidas en cada rincón de esa cola eterna, se escuchan cánticos –“Andate Cobos, la puta que te parió”- , se percibe la tristeza. Pero no es derrotismo lo que se siente en el aire, sino esperanza y agradecimiento. “Gracias a Néstor y Cristina hoy tengo mi jubilación, nunca pensé que fuera posible”, dice una señora entre sollozos, explicando que nunca tuvo aportes y que por eso le parecía remota la posibilidad de acceder al sistema previsional.
     A los costados de los vallados que separan a la fila del resto de la gente, se ve una plaza llena. Organizaciones, partidos, y personas sueltas pueblan esa plaza que fue testigo de miles de luchas, pero que hoy no se llena por la resistencia de antaño, sino por una renovada esperanza. La necesidad de encontrarse con el otro, de compartir la tristeza con alguien, de no sentirse solo, es lo que hizo desbordar los alrededores de la Rosada.
     Un grupo en la fila está a minutos de llegar, luego de una espera casi interminable. Se siente la ansiedad, se llenan los ojos de lágrimas, las miradas mojadas se cruzan y los abrazos de contención se multiplican. Logran entrar todos juntos, como si los policías que definen los grupos que van ingresando se hubieran dado cuenta de que se necesitaban. Entran, y empieza un avance lento hasta el Salón de los Patriotas Latinoamericanos, en donde está la Presidenta despidiendo a su compañero de toda la vida. Una de las chicas, de unos 20 años, empieza a llorar. En realidad todos empiezan a llorar. El novio la abraza, entre sollozos para calmarla. “Tranquila, ahora tenemos que estar más fuertes que nunca”, le dice. Y llegan, por fin, a estar en frente de Cristina y Néstor. La chica, entre lágrimas, la saluda desde lejos, y la Presidenta le devuelve el saludo, llevándose la mano al pecho, lo que provoca un “¡Fuerza Cristina!” del novio, y los aplausos de todos los que están alrededor. 
     Salen, juntos como entraron, a eso de las ocho de a noche, y atraviesan un mar de flores que inunda la entrada de la rosada y esa increíble muralla de contención (nunca mejor usada esta palabra) que con miles de cartas, banderas y carteles, le piden a Cristina que aguante. 
    Salen, con la Plaza aún repleta, con la fila todavía inagotable, y con Néstor presente en cada una de las personas que esa noche decidió estar presente.

(Esta nota se las dedico a ustedes, a los que estuvieron conmigo ahi...)

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